En «El Proceso» de Kafka, el protagonista de la novela es detenido y juzgado por crímenes que no son especificados con claridad. Tampoco sabe quiénes son, realmente, sus acusadores. Por un lado él se siente inocente. Pero como todo el mundo, también se siente culpable.
La experiencia kafkiana de ser juzgado sin saber ni por qué ni por quién es bastante común hoy en nuestra sociedad. A cada instante hay gente que nos juzga, sin que uno pueda defenderse. ¿La prueba no está en el hecho de que nosotros, también juzgamos a la gente detrás de sus espaldas? Ocurre cada vez que nos reunimos y este es un axioma que nadie puede negar. ¿Qué soberbia nos hace creer que no somos nosotros también víctimas de juicios livianos?
Hay ocasiones en que el juicio ajeno es intolerable. A veces por sus consecuencias prácticas: en el caso del juicio adverso de una autoridad gubernamental en un concurso de proyectos culturales, por ejemplo. Pero sobre todo cuando el juicio atañe a las entrañas de nuestro ser y se hace que nos sintamos profundamente rechazados, anulados, vilipendiados. A veces el juicio adverso de este burócrata duele menos por sus consecuencias económicas, porque implica desprecio por un tremendo esfuerzo que se ha hecho. Y no hay rechazo más terrible que el que se construye bajo la óptica del sectarismo político o del fanatismo religioso.
En cambio en el amor nos jugamos enteros, sin importarnos mayormente de que tendencia política o religiosa es la amada de nuestros sueños. Ponemos en la mesa todo, incluso nuestro corazón para que sea él quien hable por nosotros. También corremos el riesgo de ser rechazados, repudiados por nuestras ideologías en particular. Pero aquí existe la posibilidad de un análisis menos ideologizado lo que nos permite de cierta manera replantear esta situación, la que probablemente un día sea aceptada.
Inútil que los amigos nos digan que hay otras mujeres, que la opinión de una, nunca será suficiente para valorar en forma ecléctica un juicio de convicciones. Por lo demás alguien dirá que esto es algo muy subjetivo, que depende del cristal con que se mire. Y en medio de este marasmo surge una pregunta ¿Una simple opinión puede anular de la noche a la mañana nuestro ser?
La mejor forma de afrontar el juicio de los demás es sabiendo distinguir entre los juicios constructivos, de los cuales corresponde aprender y de aquellos maliciosos que surgen por envidia o resentimiento. Es difícil pensar en la indiferencia absoluta, cuando de alguna manera u otra el individuo se destaca por sus virtudes o frecuentes errores. Siempre está vigente ese juicio definitorio, sea para salvarnos o condenarnos.
Debemos aceptar que la crítica constructiva o perversa, responde en nuestro país a una antigua institucionalidad, la que es parte de nuestra idiosincrasia, es decir algo de nuestra esencia. Inútil será abogar por un cambio de propuesta. La absurda psicosis de cuestionarlo todo, irrevocablemente es parte del destino que se distribuye no siempre en partes iguales.